Un hombre joven estaba de compras en el supermercado, cuando notó que una viejecita lo seguía por todos lados. Si él se detenía, ella se detenía, y, además, se quedaba mirándolo.
Al fin, camino a la caja, ella se atrevió a hablarle, y volviéndose hacia el joven le dijo:
— Espero que no lo haya hecho sentirse incómodo. Es sólo que usted se parece mucho a mi hijo que falleció recientemente.
El joven, con un nudo en la garganta, replicó que estaba bien, que no había problema.
— Sé que lo que le voy a pedir es algo poco común, pero si usted me dijera 'Adiós mamá' cuando me vaya del supermercado, ¡me haría muy feliz!
El joven, sabiendo que sería un gesto que llenaría el corazón de la viejita, accedió.
Entonces la viejita, mientras pasaba por la caja registradora, se volvió y, sonriendo y agitando su mando mientras miraba hacia el joven, le dijo '¡Adiós, HIJO!'. Y él, con todo cariño y ternura, le respondió efusivamente '¡Adiós, mamá!'.
Y contento y satisfecho por que seguramente había traído un poco de alegría a la viejecita, se dispuso a pagar su compra.
— Son 223.85 €, le dijo la cajera.
— ¿Por qué tanto? ¡Sólo llevo cinco cosas!
— Sí, pero su MAMÁ dijo que usted pagaría por sus cosas también.
Estaban hablando el alcalde y el maestro en la taberna:
A: Hoy viene el nuevo párroco.
M: ¿Y le va Ud a avisar de la costumbre que tienen las mujeres de decir "tropezar" en vez de "cometer adulterio"?.
A: No, ya se enterará él.
El párroco empieza a confesar ese mismo día:
- Avemaria Purísima.
- Sin pecado concebida. A ver, hija, ¿Qué te pasa?.
- Padre, confieso que he tropezado.
- Pero hija, eso no es pecado. Anda vete.
Así una tras otra todas las mujeres del pueblo.
El párroco termina las confesiones, va a la taberna y le dice al alcalde:
P: Señor alcalde, a ver si repara las calles que las mujeres no hacen más que tropezar.
A: Ja, ja, ja, ja.
P: Pues no sé de qué se ríe, si su mujer es la que mas tropieza.