por StationBoss » Lun Abr 26, 2004 8:49 pm
Estimados todos,
Ante la buena acogida de mi pequeña selección de historias tétricas y leyendas urbanas del mundo ferroviario y en justa reciprocidad a las muestras de calor e invitaciones recibidas, voy a proseguir con paso decidido mi incursión en las nieblas del misterio y el los caminos rojos del suspense para traspasar esa difusa línea que a duras penas separa la realidad de la ficción más tenebrosa. Hoy, el Metro de Nueva York:
- En el presente año asistimos al centenario de la que sin duda es una de las más espectaculares, vastas y atestadas redes de ferrocarril suburbano del mundo, junto a las de Tokyo, Rusia o Londres: el Metro de Nueva York. Es por este mismo motivo que es también una de las principales fuentes de rumores más o menos creíbles, historias más o menos enigmáticas y misterios decididamente terroríficos e inquietantes.
En 1904 el ingeniero y experto en comunicaciones ferroviarias William Barclay Parsons, con el respaldo político y económico del Ayuntamiento, se propuso unir mediante túneles subterráneos lo que ya por aquél entonces era una descomunal ciudad. No voy a entrar en demasiados detalles históricos, fácilmente accesibles en Internet, pero sí deseo resaltar que en la primera línea de metro neoyorquino, de 14 kilómetros, trabajaron entonces 8.000 personas, 54 de las cuales fallecieron en accidentes de diversa índole (el 1% de la mano de obra lo que, estadísticamente, no resulta especialmente interesante). Hoy, esta red es usada a diario por 5 millones de personas, consta de 25 líneas divididas en 468 estaciones (sin contar líneas abandonadas, estancias inutilizadas y estaciones "fantasma") en sus 1.062 kilómetros de extensión que recorren 6.500 vagones. Se puede decir sin exagerar lo más mínimo que bajo el subsuelo de Nueva York existe un mundo.
Lo que realmente interesa es lo que ocurre con las decenas de kilómetros de túnel que no se utilizan, con los cientos de dependencias de servicio, abastecimiento y almacén que quedaron abandonadas a lo largo de 100 años de historia, con los miles de galerías que comunican estas dependencias entre sí, con el exterior, y con los niveles más profundos... En conjunto, esta estructura de túneles y dependencias alcanza una profundidad estimada equivalente a unos 15 pisos de altura y su intrincación y laberíntica distribución apenas está cubierta por avejentados planos que distan mucho de ser rigurosos en su exactitud. Al mismo tiempo, el metro se comunica con otras redes de ferrocarriles de largo recorrido o regionales, como en toda ciudad, con lo que el mapa final resulta absolutamente caótico.
En los primeros niveles, dedicados en su mayoría al servicio de transporte normal, trabajadores del suburbano y pasajeros ven pasar sus vidas por encima de los mismos raíles en los que otros las pierden a diario, ajenos por completo al entramado del que forman parte. Por estos primeros niveles se accede a los niveles secundarios, donde la mayoría de líneas abandonadas, tramos inutilizados, fosos de maniobra o trazados sencillamente anticuados ven pasar los años y las sucesivas capas de polvo.
Se estima (no hay forma de confirmalo) que en Nueva York existen unas 150.000 personas que viven en la indigencia, de las que aproximadamente 4.000 (según otras fuentes, más de 7.000) se hospedan de forma temporal o indefinidamente en estos niveles secundarios. A partir de este nivel podemos intuir el horrible descenso en las condiciones y la calidad de vida de estas personas a medida que los metros de tierra y vías muertas nos separan de la superficie. En los niveles superiores habitan indigentes temporales o personas que en los meses más cálidos encuentran refugio en dependencias malolientes relativamente cercanas a la luz del sol. Por lo general salen a mendigar y a robar por el día y se retiran a pasar la noche, en muebles encontrados en la basura, en estas dependencias. Son habituales las muertes por la deficiente higiene, lo malsano de la alimentación o las frecuentes peleas por un determinado espacio que mantenga más tiempo el calor. En los meses de frío, de ese horrible frío que Nueva York proporciona a sus ciudadanos con durísimas heladas y contínuas nieves, estas personas tienden a retirarse a niveles inferiores, mucho más cercanos a las redes de ferrocarriles de largo recorrido y regionales, y la pérdida de vidas se acentúa: lugares mucho más oscuros, ausencia de alimentación y consumo de aguas fecales, parásitos y ratas monstruosas y la depredación por parte de los habitantes habituales de estos niveles más profundos; éstas, son personas que apenas suben a los niveles superiores o al exterior más que para proveerse de algunos pedazos de basura o robar y matar a sus vecinos del piso de arriba. Son personas por lo general violentas, habituadas a la oscuridad, acostumbradas a caminar encorvadas para vagar por las galerías más bajas, carentes por completo del más mínimo orden social. Ante tal situación, los indigentes de los niveles superiores han de tomar una lamentable resolución: luchar con sus vecinos del piso de abajo y seguramente perder o morir congelados en cualquier acceso de túnel... o, sencillamente, buscarse otro lugar. Son muchos los que mueren electrocutados por el tercer carril de líneas ferroviarias que creían abandonadas, otros son arrollados por trenes en estrechos túneles de los que no saben escapar y a los que no saben cómo han llegado, la mayoría son asesinados. Se calcula que la esperanza de vida en este infecto lugar no supera los 7 años...
Pero existen más niveles. Muchos más. A los túneles de vías y las dependencias hay que sumar los pozos de agotamiento, que drenan las aguas fluviales y las almacenan para su utilización, salas de maquinaria y ventilación, túneles de rescate para situaciones de emergencia que muchas mentes han olvidado ya y agujeros y cuevas que no se sabe a ciencia cierta qué o quién ha construido. Se habla de repugnantes, deleznables criaturas que pululan erráticamente por este sistema de alcantarillas de las alcantarillas de los túneles más profundos, completamente encorvados, prácticamente a cuatro patas, alimentados de las alimañas más viles e insalubres y de sus propios "compañeros" de supervivencia, con ojos refulgentes y pálidos, increíblemente sensibles a la luz, quizá con garras e instintos depredadores o sencillamente asesinos. Estos seres, más cercanos al reino de las bestias que de los humanos, desprovistos de todo lo que pudiera hacer recordar que en su día tuvieron padres, amigos, tal vez educación, sobreviven donde cualquiera estaría condenado... En rarísimas ocasiones suben más allá de sus dominios naturales y eliminan salvajemente a quien encuentran, llegando en ocasiones a los niveles en que los tranquilos pasajeros siguen viendo pasar sus vidas por encima de los raíles y bajo los cuales unos ojos ávidos y malvados los observan con la misma repugnancia que a las infectas criaturas de las que se alimentan...
Todos habréis oído la leyenda urbana, famosísima, de los cocodrilos que viven en el subsuelo de Nueva York. Para aquellos que no la conozcan, sucedió que en los años 20 se puso de moda entre la población de Manhattan adoptar como mascota una especie muy hermosa de aligator (cocodrilo corriente) que, siendo cachorro, no ofrecía mayores problemas que un pequeño mordisco sin importancia de vez en cuando. Pero estas criaturas crecieron y sus instintos se agudizaron, y el miedo de estas personas que en su día sonrieron ante las monadas de la mascota reptílica les obligó a desprenderse de ellos por el moralmente dudoso procedimiento de lanzarlas por el inodoro. Es por eso que circulan rumores de ataques de enormes cocodrilos en los túneles del metro o del tren y en las alcantarillas. Incluso se llegó a realizar alguna película que no incitaba precisamente a tomar el metro para ir a trabajar... Ya os puedo decir que esta leyenda es ficticia, pero hay otra que sigue envuelta en la espesa niebla del misterio: la de los "Túneles Astor".
En 1924, John Jacob Astor, el mismo magnate que daría su nombre a la conocida firma de cosméticos, decidió que el Metro de Nueva York era la forma más cómoda de desplazarse por la glamourosa ciudad después de los vehículos privados, sobre todo por cuestiones de rapidez y seguridad. Sin embargo, al hombre no le parecía nada correcto mezclarse con los miles de sudorosos trabajadores y amas de casas ruidosas que atestaban el suburbano. La lógica solución fue construirse un metro privado que sólo conocería y utilizaría la aristocracia de mayor abolengo. Con la cumplida financiación del extravagante Rockefeller y el beneplácito de la Alta Sociedad neoyorkina, se procedió a la excavación de los Túneles Astor, un metro privado de lujo que discurría a la mayor profundidad imaginable para la tecnología de la época, bastante más abajo de los niveles más inferiores antes descritos. Tal vez, a demasiada profundidad...
Se trataba de una sola línea, que unía el bajo Manhattan, discurría por la Quinta Avenida, giraba en Central Park y finalizaba en lo más profundo del Hotel Waldorf-Astoria. En virtud de la discreción, se procedió a la excavación del túnel y se dejaron para el final los accesos, permitiendo tan sólo, para su construcción, la entrada por el sótano del Hotel W-A y por los túneles del puerto de Manhattan. No se escatimó en absoluto en los refinamientos más exquisitos y el lujo más esplendoroso, sin olvidar el toque de extravagancia "kitch" del que gustaban tanto estos aristócratas; estaciones de delicado mármol griego, tapizados de oriente en suelos, paredes y techos, madera de roble y caoba en pasamanos y suelos, oro y plata en los acabados metálicos, arañas de cristal en techos y luz indirecta en paredes, exquisitas pinturas y esculturas para la decoración, arquitectura de arcos para las estaciones y una impresionante cúpula de cristal cuádruple en la estación inferior a Central Park, rematada en su punto cenital por una hermosa lámpara de incalculable valor (cuyas vistan daban directamente a feos bloques de tierra húmeda), un piano de cola (con pianista, por supuesto) en la estación inferior al hotel Waldorf-Astoria... Los trenes no llegaron a construirse y por tanto no se tuvieron que enfrentar al problema de meterlos allí abajo; la crisis del año 29 dio al traste con tal despliegue de lujo y, por qué no decirlo, de locura, y allí quedó para siempre, en las profundidades insondables de Manhattan, una de las leyendas más fascinantes que esta ciudad ha dado. Algunos investigadores curiosos han descendido por ocultos pasajes y galerías y han encontrado túneles inundados de fango y aguas pútridas, pinturas roídas por alimañas, mármoles quebrados, maderas hinchadas por la humedad y metales oxidados, muebles destruidos y reducidos a escombros y polvo, cristales y mamparos reducidos a añicos y, sí, un piano de cola que todavía sonaba...
Tal vez la leyenda de los Túneles Astor sea tan sólo una parábola sobre lo pasajero de la riqueza material, sobre la inacabable soberbia del ser humano o sobre lo inexorable del paso del tiempo. En cualquier caso, es una obra que existe, de la que puede obtenerse infomación (contradictoria en su mayor parte) en muchas fuentes literarias e Internet. Lo que sí que cabe preguntarse es qué tipo de criaturas disfrutan ahora de ese lujo venido a menos. Tal vez las mismas que redujeron a escombros ese imperio fantasmal subterráneo y segaron las vidas de tantos de sus trabajadores. Las mismas criaturas odiosas de ojos pálidos y malvados que ningún ser humano reconocería como de su propia especie.
Bueno, ahora podéis odiarme por enrollarme como una persiana, pero no podéis negar que la historia es verdaderamente interesante y tiene gancho. La primera vez que oí sobre ella fue en la novela "El Relicario", de Douglas Preston y Lincoln Child, que es la segunda parte de "The Relic" (El Ídolo Perdido), de los mismos autores.
Especialmente espeluznante es un capítulo en que se describe el ataque de un grupo de estas criaturas a un convoy de un metro estacionado por avería en medio de un profundo túnel. Os aseguro que, tras haberlo leído, no volverá a ser lo mismo una sencilla parada técnica de un tren en un túnel...
Espero sinceramente que haya sido de vuestro agrado.
Un cordial saludo y buenas noches.
SB