Quedando siempre a la voluntad y al control de los moderadores, me permito insertar un pequeño escrito de mi hija, que espero sea del agrado de todos y sirva como un pequeño homenaje a todos los valencianos que en estos momentos están atravesando momentos difíciles.
La leyenda de las naranjas
La romana Valentia Edetanorum veía como el rio Turia regaba las secas tierras y se convertían en fértiles huertas capaces de proveer exquisitas delicias a los consules. Los romanos, aparte de llevarse el hierro de los yacimientos de Denia, cultivaron la vid y el olivo, y fueron los primeros constructores de un sistema de regadío que dio vida a sus huertos.
Los emires y califas, posteriormente potenciarían un formidable sistema de acequias y canales, introduciendo el arroz y los agrios, llenando a partir de entonces el paisaje con los colores de los naranjos e impregnando el aire con la suavidad aromática del azahar.
La Vega del Turia quedó pintada con el verdor de sus huertas y con el dorado de sus naranjales, que pasaría a ser la base agrícola que daría impulso económico, notoriedad y fama a Valencia en el mundo entero. El sabroso zumo, sería el elixir mágico al que los valencianos le deben mucho. Sin las naranjas Valencia sería otra cosa. Y también existe una cierta deuda con los trenes naranjeros.
Trenes naranjeros que recopilaban los codiciados frutos zumosos de todos los naranjales valencianos formando composiciones de vagones que se perdían a la vista. Empujados por Mastodontes, Mikados, Montañas, y muchas veces a doble tracción circulaban hasta los puntos fronterizos llevando esta magnífica generosidad que los agricultores valencianos y la naturaleza brindan a todo mundo.
La circulación de los naranjeros marcó estilo, época y prestigio a los ferroviarios valencianos.Establecer la igualdad de sí Valencia es igual a naranjas, los ferroviarios valencianos son igual a naranjeros, es una constante cierta e irrevocable.
Un buen día un naranjero, arrastrado por una excelente Mikado, llegó a su destino en Port-Bou y al realizar el recuento de las mercancías jugosas que transportaba cayeron en la cuenta que faltaban cuarenta y dos naranjas. El maquinista y el fogonero, con cara de sorpresa , no encontraban explicación a esta mengua de las preciadas frutas. Los vagones estaban perfectamente cerrados y sellados. Y en el interior de todos los vagones, las cajas de naranjas estaban perfectamente alineadas,e impecablemente dispuestas tal como los mozos de carga realizaron en los muelles valencianos.
Un hilo de tristeza invadió a los dos viejos ferroviarios naranjeros, orgullosos de arribar cientos de veces a la frontera con su carga intacta dispuesta para servirse a los mercados de Europa, y que en esta ocasión no pudo ser así.
Y allí en la Vega del Turia, una fallera melancólica y afligida lloraba mientras sus ojos castaños miraban al inmenso azul del cielo. Sus cristalinas lágrimas recorrieron los adornos suntuosos de su bello traje y fueron a caer en la tierra, quedando ésta humedecida, formandose entre los pámpanos de sequedad unos pequeños pocitos que los rayos del Sol alumbraban con los destellos del agua que en sus fondos se movía.
Y alrededor de estos minúsculos pocillos, empezaron a crecer unos arbolitos, graciosos, frágiles, pero de presencia sólida. Pronto sus ramas se llenaron de hojas, y flores, que las abejas se encargaron de fecundar. Y comenzaron a brotar unas bolitas doradas, que cada vez adqurieron más vólumen, hasta formar una suma esplendorosa de verdes y amarillos fabulosa.
Y allí, donde la fallera lloró su tristeza, habían nacido cuarenta y dos naranjos, que daban jugosos frutos sin parar, porque se alimentaban de los cuarenta y dos pocillos de agua, del agua cristalina y pura que la fallera dejó escapar a la tierra, en forma de lágrimas de amor y de esperanza.
Y nuestros amigos ferroviarios, cuando supieron de este hecho, allí en Port-Bou, comenzaron a llorar y se abrazaron porque habían encontrado ya, la explicación que ellos buscaban.