por Antuan » Mié Feb 27, 2008 6:58 am
Hola.
Sir Ernest Rutherford, presidente de la Royal Society Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:
Hace algún tiempo recibí la llamada de otro profesor, que estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que este afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje a alguien imparcial, y fui elegido yo. Leí la pregunta del examen y decía: "Explique cómo puede calcularse la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro". El estudiante había respondido: "se lleva el barómetro a la azotea del edificio y se le ata una cuerda muy larga. Se descuelga hasta la base del edificio, se marca y se mide. La longitud de la cuerda es igual a la altura del edificio".
Realmente, el estudiante había planteado un problema con la resolución del ejercicio, porque había respondido a la pregunta correcta y completamente. Si se le daba la máxima puntuación podría obtener una nota muy alta en física, pero la respuesta no confirmaba que el estudiante tuviera ese nivel. Sugerí que se le diera al alumno otra oportunidad y le concedí seis minutos para que me respondiera la misma pregunta, pero esta vez con la advertencia de que en la respuesta debía demostrar sus conocimientos de física. Habían pasado cinco minutos y el estudiante aún no había escrito nada. Le pregunté si deseaba marcharse, pero me contestó que tenía muchas respuestas al problema y que su dificultad era elegir la mejor de todas. Me excusé por interrumpirle y le rogué que continuara. En el minuto que le quedaba escribió la siguiente respuesta: Se coge el barómetro, se tira a la calle desde la azotea del edificio y se calcula el tiempo de caída con un cronómetro. Después se aplica la fórmula e= ½ g t2 y así se obtiene la altura del edificio. Pregunté a mi colega si el estudiante se podía retirar ya, y le dio la nota más alta.
Tras abandonar el despacho busqué al estudiante y le pedí que me dijera sus otras respuestas a la pregunta. Me respondió: bueno, hay muchas otras maneras; por ejemplo, se coge el barómetro en un día soleado y se mide la altura del barómetro y la longitud de su sombra. Si se mide a continuación la longitud de la sombra del edificio y se aplica una simple proporción, se obtendrá también la altura del edificio. Perfecto, le dije, ¿alguna otra manera?. Me contestó: sí, este es un procedimiento muy básico para medir un edificio, pero también sirve. Se coge el barómetro y te sitúas en las escaleras del edificio en la planta baja. Conforme vas subiendo las escaleras, vas marcando en la pared del edificio la altura del barómetro, una sobre otra, y cuentas el número de marcas hasta la azotea. Multiplicas al final la altura del barómetro por el número de marcas que has hecho y ya tienes la altura. Es un método muy directo. Por supuesto, si lo que se quiere es un procedimiento más sofisticado, se puede atar el barómetro a una cuerda y moverlo como si fuera un péndulo. Si se supone que cuando el barómetro está a la altura de la azotea la gravedad es una determinada y se tiene en cuenta la variación de la gravedad al descender el barómetro en trayectoria circular al pasar por la perpendicular del edificio, de la diferencia de estos valores, y aplicando una sencilla formula trigonométrica, podríamos calcular, sin duda, la altura del edificio. Con un sistema parecido, se ata el barómetro a una cuerda y se descuelga desde la azotea a la calle. Usándolo como un péndulo se puede calcular la altura midiendo su periodo de oscilación. En fin, concluyó, existen otras muchas maneras. Pero probablemente, la mejor sea coger el barómetro y llamar con él a la puerta de la casa del portero. Cuando abra, se le dice: Buenos días, señor portero, aquí tengo un bonito barómetro, y si usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo.
En este momento de la conversación, le pregunté si no conocía la respuesta convencional al problema (la diferencia de presión marcada por un barómetro en dos lugares diferentes da la diferencia de altura entre ambos lugares). Evidentemente, dijo que la conocía, pero que durante sus estudios, sus profesores habían intentado enseñarle a pensar.
El estudiante se llamaba Niels Bohr, físico danés, premio Nobel de Física en 1922, más conocido por ser el primero en proponer el modelo de átomo con protones y neutrones y los electrones que lo rodeaban. Fue fundamentalmente un innovador de la teoría cuántica.
Al margen del personaje, lo divertido y curioso de la anécdota, lo esencial de esta historia es que LE HABÍAN ENSEÑADO A PENSAR.
Para los escépticos, esta historia es absolutamente verídica.
Saludos.
Visita de vez en cuando mi site: http://vapor3d.punchinout.netEric Hoffer (escritor y filósofo, 1898-1983):
Quien muerde la mano que le dio de comer, normalmente lame la bota del que lo pateó.